“Nuestro lenguaje forma nuestras vidas y hechiza nuestro pensamiento”
— Albert Einstein

El lenguaje es fundamental en nuestras vidas, según Einstein, moldeando nuestra percepción y acción. Nos permite distinguir y aprender. La ciencia ilustra esto: con tecnología avanzada, vemos aspectos de la realidad antes invisibles. En el ámbito laboral, profesionales como médicos, mecánicos o arquitectos manejan distinciones específicas para su eficacia. En entornos sociológicos, las distinciones son clave para la supervivencia, como en la selva amazónica. Solo podemos observar lo que distinguimos en el lenguaje, lo que podemos nombrar. El coaching utiliza distinciones para ampliar la perspectiva y promover acciones diferentes. Estas distinciones son flexibles y evolutivas. Se distingue entre conocer y distinguir: conocer implica entendimiento racional, mientras que distinguir implica una integración personal y práctica. Por ejemplo, mientras muchos conocen sobre la variabilidad de la calidad del vino, solo los expertos pueden distinguir entre cosechas con precisión a través de la degustación.

Emociones y estados de ánimo

“Mi única política es dar lo mejor de mí todos y cada uno de los días”
— Abraham Lincoln

Parecen lo mismo, pero no es así. Estado de ánimo y emociones trazan dos fenómenos muy similares, pero distintos a la vez. Esa particularidad que limita cada dimensión nos permite conocer mucho mejor nuestro comportamiento, nuestro estado mental, y la forma de interaccionar con el entorno. En realidad, aquello que sentimos lo es todo. Básicamente el patrón de conducta del ser humano podría definirse con esta secuencia definida por el Prof. Rafael Echevarría:

Cada persona tiene una observación de la realidad que está viviendo (una situación, una relación, una autoevaluación, etc.), y esa visión de la realidad le hace emitir un juicio, que puede ser positivo o negativo. Si el juicio es por ejemplo negativo, las emociones que aparecerán en la persona serán negativas, y como todas nuestras decisiones y comportamientos vienen condicionados por nuestras emociones, corremos el riesgo de “dejarnos llevar” por la emoción, generando comportamientos que sean incluso negativos para nosotros mismos, lo que conllevará resultados asociados (observación negativa, juicio negativo, emociones negativas, comportamientos negativos, resultados negativos). Sin embargo, como ya nos recordó Viktor Frankl en su obra célebre “El hombre en busca de sentido” (Editorial Herder), los seres humanos tenemos un “superpoder especial y único”: la elección, basada en la libertad interior para elegir.

Es decir, que en la secuencia anterior definida por Echevarría, podemos introducir una variante basada en la toma de consciencia, y la responsabilidad que genera “darnos cuenta” de hacia dónde estamos caminando a partir de nuestros sentimientos. Con esta variante, aparece la responsabilidad, que supone la “habilidad para responder” ante un estímulo que puede incluso poner en riesgo nuestro bienestar y resultados.

Por eso, volvamos a la distinción entre emociones y estados de ánimo. Una emoción es una respuesta natural, surge del cuerpo, es una reacción biológica que surge en nosotros a partir de una valoración de lo que está ocurriendo. Todas las emociones tienen una intención positiva. Si por ejemplo estamos en la selva y aparece un animal salvaje, por ejemplo un felino, puede surgir en nosotros el miedo, que tiene la intención de ponernos a salvo, generando en nosotros cortisol y adrenalina, que persiguen una reacción inmediata de supervivencia. Al mismo tiempo, si convenimos que todas las emociones tienen una intención positiva, también podríamos estar de acuerdo en que no todas tienen una repercusión positiva. Si me quedo en ese miedo, y el cortisol y la adrenalina se generan, estas hormonas son la fuente de tres reacciones como el bloqueo, la ira o la huida, acciones poco recomendables en diversas situaciones de la vida profesional y personal.

Ejemplo práctico: Si en una conversación con un cliente complejo, que se manifiesta con ira, nosotros reaccionamos desde las emociones defensivas que seguro surgirán en nosotros, a través de esas hormonas asociadas, podemos generar un conflicto mayor, un deterioro de la relación, o un bloqueo interpersonal.

Al mismo tiempo, si convenimos que las emociones “se tienen”, también sabemos que no se pueden eliminar de manera inmediata. Por lo tanto, hay un período de tiempo en el que tenemos que convivir con ellas. Y a partir de ese momento, entra en juego el concepto “gestión o inteligencia emocional”. No podemos eliminarlas, pero a lo mejor sí reconducirlas.

Y para ello, la distinción emociones vs. estados de ánimo nos ayuda enormemente, ya que si en las primeras estamos en el estado natural, en las segundas penetramos en el estado conductual. Las emociones “se tienen”, en los estados de ánimo “se está”. Las emociones dependen de lo que ocurre, y los estados de ánimo dependen de cómo reaccionamos ante lo que está ocurriendo. En las emociones intervienen las reacciones biológicas de la persona, y en los estados de ánimo la libertad interior de elegir.

En consecuencia, colegimos que no somos responsables de las emociones que surgen en nosotros, y sin embrago, en parte, sí que somos responsables de los estados de ánimos en los que estamos viviendo, porque depende de cómo alimentemos esa emoción que ha surgido. Por lo tanto, mi estado de ánimo dependerá de lo que hago, no hago, digo y no digo cuando ha surgido una emoción determinada.

Emociones  Estados de ánimo
Se tienen  Se está
Son puntuales  Permanecen más tiempo
Marco natural  Marco conductual
Depende de lo que ocurre  Depende de cómo reacciono a lo que ocurre
Se basa en los hechos  Se basa en la interpretación  de los hechos

 

Si por ejemplo hemos vivido un fallecimiento de un familiar querido, ante el recuerdo de la persona que ya no está surge el dolor, emoción natural y que incluso consideramos lógica ante el recuerdo del ser querido con el que ya no volveremos a estar. Sin embargo, si a partir de ese momento comenzamos a decirnos frases del tipo, “la última etapa de su vida viajé demasiado y pasamos poco tiempo juntos”, “nos quedaron conversaciones pendientes”, o “ya no volveremos a vivir esos momentos tan nuestros”, poco a poco vamos entrando en el sufrimiento, que es el estado de ánimo al que estamos llegando en función de cómo estamos alimentando esa emoción. ¿Y quién está entrando en ese sufrimiento? Yo solo, yo mismo, con todo lo que estoy haciendo, y no haciendo, diciendo y no diciendo, a partir de la emoción inicial.

Por eso, y ante la consciencia de la importancia de las emociones en nuestras decisiones y acciones, es fundamental trabajar con nuestra gestión emocional. Para ello, la inteligencia emocional es una herramienta clave, esencial en el desarrollo personal y profesional de cualquier persona, ocupe el cargo de responsabilidad que ocupe. Los cinco regalos que nos proporciona la inteligencia emocional facilitan ese trabajo de gestión, para vivir en los estados de ánimo más productivos en el mayor tiempo posible, y sobre todo ante las complejas realidades que nos toca vivir en nuestro desempeño.

Estos cinco regalos son:

Seamos personas atentas a nuestras emociones, y entrenemos con cada uno de los componentes de la inteligencia emocional. Porque cada uno de ellos nos facilitará dar un paso hacia el éxito en el afrontamiento de situaciones complejas. Como decía Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, “Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo menos de una cosa: la libertad de elegir cómo respondemos a esas circunstancias”.