Hay una diferencia grande entre ser directivo y gestor, entre dirigir o gestionar. El gestor, gestiona, el Directivo, es. Lo primero hace referencia a los recursos, a las situaciones, a las cosas. Lo segundo hace referencia al ser, un ser capaz de que los demás sean.
La gestión exige eficacia, procesos, optimización. La dirección exige tiempo, serenar el corazón para no dejarse asfixiar por la gestión. Ser directivo es amar tanto al otro que solo deseamos que sea el mejor de los posibles. Queremos y dejamos que el otro sea y en el colmo de nuestra osadía, le servimos.
Hoy más que nunca la función directiva es visión estrategia y gobierno de personas. La primera exige alzarse sobre las mil cosas que nos aprisionan, la segunda acompañar a nuestros equipos a que conozcan la realidad y en ese conocimiento la dominen y la perfecciones.
El tiempo nos ha enseñado que hay cosas que nos apartan de esa misión:
- El enfado, que tiene mucho que ver con mis propios límites. Enfadarme por algo que ha hecho mal alguien es dejar que esa pequeña falta limite mi capacidad de ver en él su propia grandeza.
- Los nervios, que no son más que la inquietud del resultado inmediato que no nos deja ver el horizonte donde queremos ir.
- Los juicios: nada nos aleja tanto de la realidad de una persona y la hace tan pequeña porque nos impide ver tanta grandeza como esconde.
- No cuidar la unidad apartando a aquellos por un simple error o un juicio sin darnos cuenta de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
- Compromiso: el compromiso ocasional no es compromiso y los demás lo advierten. El compromiso transmite estabilidad y eso hace que la gente sienta que forma parte de un proyecto.
El directivo transmite más con su ejemplo que con la palabra. Vive las cosas, y esa vivencia lo convierte en líder. No teoriza. Su vida es la prolongación de aquellas cosas en las que cree y confía, y eso le hace merecedor de la confianza de su gente (Nada mueve tanto a un equipo como ver sufrir a su líder)
Para ser líder, para conseguir que nuestros equipos lleguen más lejos que nosotros mismos, para que sean sencillamente geniales, no hay otra receta que quererlos, porque cuando lo hacemos ellos lo sienten y entonces, vuelan. El simple hecho de preguntarles su opinión les compromete más que cien charlas de motivación. Cuando yo me ocupo de sus cosas, ellos se ocupan de las nuestras