Quisiera proponer una visión del capital humano consciente de que vivimos momentos fuertes, intensos, que nos exigen usar palabras que no puedan ser domesticables con una retórica suave y de conveniencia.
Dar una visión nueva exige respuestas nuevas como nuevas son las preguntas. Y ese reto sólo puede partir de un esfuerzo por huir de un pensamiento único, o de seguir unas directrices complacientes que no soportan un mínimo rigor intelectual.
Un tiempo que exige volver al interior de uno mismo para encontrar respuestas verdaderas frente a un mundo en muchos casos artificial y mediático. Porque cuando no hacemos ese camino de vuelta, cuando no viajamos a nuestro interior, entonces las palabras se vuelven retórica, una retórica que enmarca nuestros desiertos internos.
Tener una nueva visión es ver las cosas con otro prisma, con otros ojos, con otra mirada. Sólo desde ese interior que late dentro de cada uno, podemos encontrar esa nueva forma de mirar. Sino viviremos en las arenas movedizas de tensiones sobre nuestro criterio o nuestro pensamiento, o en la búsqueda de unos equilibrios estériles que nos procuren una paz que es ficticia.
Esta nueva visión no se basa en planes estratégicos o movilizaciones, sino en enfrentarnos cuerpo a cuerpo con nosotros, a una vida en progreso que se mueve y desliza y donde encuentras el único espacio donde hay aire y puedes respirar. Sino, sencillamente te asfixias.
Nos encontramos en una dialéctica entre el yo y la estructura, una estructura llena de sistemas que parece que solo viven para promocionarse a sí mismos y sus propias iniciativas.
No podemos permitir que el hombre viva en una maraña de obsesiones y procedimientos: nuestra vida no es un conjunto de técnicas, ni una serie de procedimientos que se ajustan a lo políticamente correcto.
Solo en el interior de cada uno surge la chispa, la vida, la genialidad. Solo en ese desorden, el alma se deshace de toda esa maraña de pensamientos y de formas de actuar que la van sepultando. Y en mitad de ese estado descubrimos que ese desorden crea una nueva armonía.
Nuestro futuro no es estático ni rígido: es fluido y en ese proceso habrá muchas cosas que ya no serán necesarias. Otras, en cambio sí: esas permanecerán.
Nuestra misión, nuestro sentido, no es organización, ni siquiera acción. Estamos perdidos en conjeturas y a veces solo somos unos burócratas de la acción y el procedimiento.
La misión, o está embebida de pasión o no es misión. Libre de toda autosuficiencia que solo nos lleva a manipular las cosas para nuestros propios planes, un camino donde solo llegas a tus propios desiertos internos.
Nuestra misión no es el resultado o la consecuencia de una iniciativa, ni siquiera de un discurso bien armado, donde parece que las cosas encajan. Solo en el disfrute, en la mirada interior, en la coherencia sin palabras, en la atracción poderosa, encuentra la misión su sentido.
Donde no hay disfrute, pasión, la sorpresa de la atracción… no hay misión ni visión. Y entonces dejaremos que el alma se hunda en un abismo de insignificancia donde viviremos un sinfín de cálculos, como un botín que merecíamos.
Hablamos de algo que se nos escapa, que no es calculable ni controlable. Algo a lo que se solo podemos acercarnos desde la humildad. La respuesta a ese camino, a esa nueva visión está en la vida ordinaria y sus heridas. En un mundo ordinario, donde la genialidad de la gente es capaz de vivir las cosas sin detenerse en los complejos procedimientos de una política organizacional.
Y en ese caminar del día a día, hay heridas y contusiones que se producen cuando nos desanimamos o nos dejamos llevar por la rutina.
Nuestra misión es salir al encuentro de cada persona, de sus vidas en progreso. En esa pasión es donde encontramos nuestro sentido. Esto va de acompañar, sabiendo que el ritmo y la duración están en el corazón del otro, reconociendo sus límites y su condición, de la misma forma que reconocemos su carácter único e irrepetible.
No es solo escuchar, es acompañar, lo que implica ni imponer la realidad, ni dejar que la conozcan solos. Entender los motivos que les llevan a actuar así y sobre todo los que les llevan a no actuar, pues solo ahí leemos el camino de vuelta.
Acompañar y descifrar lo que hay en la realidad humana, en las sensibilidades, en los deseos, en las profundas tensiones del corazón, y en sus contextos sociales, culturales y espirituales.
No se trata de inventar cursos de capacitación, ni crear mundos paralelos, ni grandes estructuras, o un conjunto de técnicas o burbujas mediáticas que hagan eco de nuestros slogan.
Nuestro mundo requiere de una disponibilidad sin precedentes- Necesitamos despertar sin complejos, ante unos lastres presentes en nuestros enfoques de siempre: la auto referencia, la ansiedad de mando, el elitismo, el aislamiento de las personas, la abstracción y el funcionalismo. En realidad son rasgos de una misma patología: la de alejarnos de la persona, de cada persona. Patologías de autopromoción, de considerarse dispensadores de licencias de legitimidad hacia los demás.
Nos comportamos como si las cosas debieran ser producto de nuestros análisis, de nuestros programas, acuerdos o decisiones. Cuando vemos que la vida es más rica que nuestros razonamientos, y cada persona más increíble que cualquier proceso.
Cuando vemos una vida fruto de unos razonamientos así, solo queremos una organización que entrena a sus miembros de acuerdo a esos sistemas y lógicas. Son laboratorios intelectuales donde todo está domesticado, pintado todo con las claves ideológicas de referencia y donde todo, fuera del contexto real, puede cristalizarse en pura simulación.
Y la ilusión funcionalista, para solucionar problemas con equilibrio, mantener las cosas bajo control, aumentar su relevancia, mejorar la administración ordinaria de lo existente. Una organización basada en la eficacia y el funcionalismo ya está muerta.
Nuestra misión es la inserción, la inmersión o más bien la inmanencia a la trama de la vida real tal y como es. Es el cuerpo a cuerpo con la vida, pues solo con ese contacto estamos preparados a dar respuestas a las preguntas y necesidades reales, en lugar de formular y multiplicar propuestas
No hay necesidad de complicar lo que es simple, sino dejar que surjan y florezcan nuevos brotes, incluso en los desiertos. Viajar al corazón no puede ser la redundancia de nuestras reuniones y aclaraciones o postulados.
Mirar al corazón, es viajar al interior de uno mismo y romper todos los espejos donde nos queremos proyectar. Mirar al otro, no es mirarse en el otro, sino dejar que su mirada nos hable de las profundas razones que la razón no entiende.
O las empresas empiezan a mirar al hombre o sólo serán sociedades anónimas, muy anónimas.