Objetivo del ejercicio:
Determinar nuestro marco de control. Detectar los aspectos que dependen de nosotros y los aspectos sobre los que podríamos llegar a tener influencia y aquellos sobre los que nunca la tendremos. Reflexionar sobre la necesidad de trabajar en determinados aspectos personales para una mejora en la eficiencia y eficacia profesional.
Duración del ejercicio: 30 minutos
Desarrollo:
Ante la aparición de una estado de ánimo desalentador, conversaciones no productivas, y en resumen cuando el equipo corre el riesgo de entrar en “barrena”, proponemos que la persona que lidere impulse un breve espacio de reflexión en común, que potencie un cambio de estado de ánimo, y que los miembros del equipo re-descubran el poder que tienen para “transformar” parte de la realidad que se vive, y en definitiva pasar de espectadores a protagonistas.
La persona que lidera dibuja en una pizarra o un papelógrafo dos círculos. Se les pregunta a los asistentes qué cosas les impiden realizar bien su trabajo. Antes de empezar a recoger sus respuestas, se remarca que sobre algunas cosas no tenemos ningún control real, sin embargo hay otras que dependen más de nosotros mismos y podemos hacer algo. Respecto a las que dependen de nosotros mismos las vamos a meter dentro del círculo interior pequeño. Aquellas que consideramos barreras externas sobre las que no tenemos control las vamos a escribir en el círculo de fuera.
Reflexionando sobre cuál de estos dos círculos es el centro alrededor del cual gira la mayor parte de nuestro tiempo y energía, podemos descubrir mucho sobre el grado de nuestra proactividad.
Las personas proactivas centran sus esfuerzos en el círculo de control (el círculo interior). Se dedican a las cosas sobre las que pueden hacer algo. Su energía es positiva: se amplía y aumenta, lo cual conduce a la ampliación del círculo de control.
Las personas reactivas centran sus esfuerzos en el círculo de fuera. Su foco se sitúa en los defectos de otras personas, en los problemas del medio y en circunstancias sobre las que no tienen ningún control. La energía negativa generada por ese foco, combinada con la desatención de las áreas en las que se puede hacer algo, determina que su círculo de control se encoja.
Si trabajamos sobre nosotros mismos en lugar de preocuparnos por las condiciones, podemos influir en las condiciones.
Los problemas que afrontamos caen en una de tres áreas posibles: la de control directo (que involucra nuestra propia conducta), la de control indirecto (que involucra la conducta de otras personas), o la inexistencia de control (problemas acerca de los cuales no podemos hacer nada, como los de nuestras realidades situacionales o pasadas).
Los problemas de control directo se resuelven trabajando sobre nuestros hábitos. Los problemas de control indirecto se resuelven cambiando nuestros métodos de influencia. Hay muchos métodos de influencia humana (persuasión, razonamiento, empatía…).
Los problemas de la inexistencia de control suponen asumir la responsabilidad de modificar nuestras actitudes: sonreír, aceptar auténtica y pacíficamente esos problemas y aprender a vivir con ellos aunque no nos gusten. De este modo les otorgamos el poder de controlarnos.
Las personas proactivas se mueven por valores, interpretan la realidad y saben lo que se necesita.
Un modo de determinar cuál es nuestro círculo consiste en distinguir los “tener” y los “ser”.
El círculo de “allí fuera” está lleno de “tener”:
- Si tuviera un jefe que no fuera tan dictador
- Si tuviera más tiempo para atender a los clientes
- Si tuviéramos menos campañas
- Si tuviéramos menos colas
- Si tuviéramos más recursos
El círculo de control está lleno de “ser”
- Puedo ser más paciente
- Puedo ser más amable
- Puedo ser más atento
- Puedo ser más creativo
- Puedo ser más colaborador
Siempre que pensemos que el problema está allí fuera, este pensamiento es el problema. Otorgamos a lo que está ahí fuera el poder de controlarnos.
El enfoque proactivo consiste en cambiar de dentro hacia fuera, y de esta manera provocar un cambio positivo en lo que está allí fuera.
Al decir que no soy responsable, hago de mí una víctima impotente; me inmovilizo en una situación negativa.
Si realmente quiero mejorar la situación, puedo trabajar en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo. Tengo que trabajar sobre mí. Hay que centrar nuestros esfuerzos en las cosas que podemos controlar.
Una vez rellenado el círculo se les pide una última reflexión en común. ¿Qué hemos aprendido de este rato de pensamiento juntos? ¿Qué deberíamos hacer ahora? ¿A qué nos comprometemos? ¿Cómo nos sentimos al levantarnos, en relación a cómo nos sentíamos justo antes de comenzar este espacio compartido?
La realidad no debe someternos. Nunca hay que dejar de intentar soluciones. Las dificultades como retos cotidianos, y somos protagonistas de lo que nos ocurre y nuestro destino, no espectadores.